Narrativas, territorios, urbanidad y ruralidad

Estas son algunas ideas breves que relacionan, amplían y profundizan la conversación en torno a los territorios, nuestra percepción de ellos, así como las narrativas que creamos en torno a la idea de lugar. A través de la problematización sobre la dicotomía ciudad-pueblo, urbano-rural compartiré algunas formas diferentes que tenemos para re-entender cada sitio, no por su “esencia”, sino desde sus relaciones, procesos y cómo van cambiando con el paso del tiempo y las ideas humanas.



Los lugares influyen en los relatos que tenemos de nuestras vidas. A su vez, estos mismos relatos influyen en los lugares que nos rodean. Un caso ejemplar, es la idea que tenemos acerca de la dicotomía urbano-rural. El filósofo Bruno Latour piensa que es una idea bastante arbitraria puesto que si nos ponemos a pensar cada piedra, cada viga, cada metal, el concreto y el plástico de las ciudades han venido de algo que no dudaríamos en llamar natural. Entonces parece que lo no natural es la manipulación humana, pero entonces estaríamos equivocados en llamar a los bosques secundarios, a las parcelas de cultivo o a la manufactura de compostas, naturales. Sin embargo, mucha gente llama a estos textos socioculturales naturales.

¿Hay una clasificación exacta para categoriza algo natural o no natural? ¿Qué se le antepone a lo natural, lo cultural? ¿La cultura es antinatural o una estrategia natural de los animales sociales?


A mediados del año pasado escribí un ensayo para la revista chilena Endémico que se llamó “El fenómeno natural de la ciudad”. Yo arguyo por hacer un nuevo relato en el que pensamos que la ciudad es natural, no existe en todos lo casos, pero sí es un fenómeno que es factible para las posibilidades de cualquier humanidad. Así como los castores pueden desarrollar pequeños ecosistemas debido a la construcción de sus represas, la humanidad desarrollamos ecosistemas debido a la construcción de nuestras ciudades. Ninguna entidad animal o vegetal hace algo fuera de sus potencialidades naturales.


La narrativa actual nos ha desarticulado de los lugares que habitamos. Hemos perdido la capacidad para nombrar a los elementos y procesos de nuestros territorios.

Resulta que desde la narrativa que nos hemos contado, las ciudades son una mancha gris en los mapas, han perdido su suelo, su clima, su vegetación y sus ecosistemas, según esa cartografía. Pero como dicen, el mapa no es el territorio. Cada vez que voy a la Ciudad de México no sólo puedo ver los microclimas que diferentes espacios habitacionales construyen en sus balcones o terrazas, sino que también puedo sentir el clima y la vegetación más básica cuando camino en diferentes puntos de la ciudad. La roca madre sigue ahí, los suelos y pantanos siguen ahí. Los bosques de oyameles, encinos, pinos, además de los matorrales secos también siguen ahí. Solamente hay que darse una vuelta a Chapultepec. Incluso los lagos siguen ahí, hay que esperar a que llegue la época de lluvias para sentir las inundaciones en las partes bajas del lecho antiguo.

Definitivamente existe una gran erosión del suelo, del agua, del tejido social, pero lo que sigue existiendo ahí es tan natural como cualquier estrella como cualquier animal salvaje. Quiero decir que la narrativa actual nos ha desarticulado de los lugares que habitamos. Hemos perdido la capacidad para nombrar a los elementos de nuestros territorios. Tenemos un lenguaje muy mínimo, muy básico para nombrar los procesos que llevamos a cabo en los lugares: Jálale al baño (y desaparece el agua), tira la basura (y desaparece la basura), quéjate, pídele a los políticos (y que se resuelvan las problemáticas).

Desde donde estoy parado, la principal (y única) diferencia entre el campo y la ciudad es que la gente en el campo conoce y nombra su lugar, sus procesos, sus relaciones. Pero conocer no significa observar y escuchar de forma pasiva, sino que constituye trabajar de forma dinámica y activa con el territorio. Conozco porque convivo, porque intimo con ese sitio. Al intimar, lo entiendo e intento ocupar sus principios para obtener beneficios que muchas veces terminan reproduciendo el mismo ecosistema porque esos son los principios con los que este mundo también trabaja. El mundo tiene sus propias narrativas sobre sí mismo, lo queramos o no. Lo sepamos o no.

En las ciudades estamos articulados primordialmente por las relaciones comerciales que nos hacen satisfacer nuestras necesidades, disfrutar de nuestros deseos y regular nuestras emociones. Todo esto viene dado por una economía de valor de cambio, no de uso. Existe un intermediario (el mercado) que otorga un valor arbitrario a nuestros esfuerzos, sin que otro cuerpo sensible reciba esos esfuerzos tal como pueden ser concebidos en la sociedad de la convivencialidad: un regalo y un beneficio. Sin obviar que en el campo también existen relaciones transaccionales en valor de cambio y no de uso, también es primordial reconocer que las relaciones en el campo que se fundamentan en la reciprocidad con el trabajo de la tierra tienen una dimensión que trasciende a las sociedades de puro consumo.

Relatándose otra historia, dándole vida a otras formas de entender, he visto como campesinas y campesinos urbanos comienzan a resignificar sus trabajos dentro de una ciudad. (Ojo, que no hablo de agricultorxs urbanxs, sino de gente de campo.) Con gusto observo a plomerxs, carpinterxs, albañilxs, jardinerxs que trabajan acciones de restauración ecológica a partir de sus oficios, notando que en las endebles estructuras de plástico, concreto y hormigón que también tienen forma, fondo y materia tan útil como cualquier otro elemento en un campo prístino para guiar las energías de los ciclos biogeoquímicos.

Tienen en común una cosa estos oficios obreros que están re-transformando la ciudad y mi idea de ciudad: están altamente politizados. Actúan en colectivo y de forma interseccional, comunican su misión, se posicionan críticamente ante su propia situación y la de lxs demás, están situadxs mayoritariamente en los márgenes. No hay posición más subjetiva que la política, la construcción de un buen vivir en colectivo siempre es diferente, siempre es cambiante. No existe un “así deben de ser las cosas”, sino un así podemos empezar a re-construir(nos). Caminando y aprendiendo, caminando y haciendo, caminando y escuchando.

Yo creo que es posible un nuevo relato de la ciudad y del campo. No un relato donde no existan las fronteras, sino donde TODO sea una tierra de fronteriza sin una definición clara. Audre Lorde dijo que todo lo que hay en una ciudad parece extraño. Si esto es cierto, es nuestra labor reconocerlo, encontrarnos con esos fantasmas y esos monstruos. Darles un nuevo significado para encontrar también un nuevo significado a los espacios que habitamos.

¿Qué significa la historia que hemos armado sobre la dicotomía urbano-rural?


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