La agricultura, una ciencia social
EL PARADIGMA DOMINANTE EN LA AGRICULTURA
Mucho antes de que existieran las escuelas de agronomía, ya existía la agricultura. Los procesos agrícolas son un gesto de interrelación entre alimentación, temporadas, estilos de vida, ecosistemas y mitologías —modernas y antiguas, seculares y religiosas. La relación con la tierra dista mucho de ser simplemente una técnica de manejo de insumos y eficiencia de producción. Pero la manera en la que hemos ido catalogando el conocimiento ha influenciado la forma en la que miramos estos procesos. Como muestra, solamente hace falta observar en qué escuelas se ubican los estudios de agricultura: en las universidades de ciencias, politécnicas y de ingeniería. Centros que a su vez se distancian epistemológicamente de las disciplinas de humanidades y filosofía. Esta es una evidencia de que los relatos son estructuras que configuran el sentido de nuestra realidad, así que cuando [nos] decimos que la agricultura pertenece a las facultades de ciencias, estamos creando efectivamente un sentido del mundo.
Los evidentes logros económicos y políticos alcanzados a lo largo del desarrollo de la ciencia le han adjudicado a esta tradición de conocimiento superioridad sobre otras. Pero la ciencia no sólo ha tenido un efecto en la forma en la que manipulamos la materia, sino también en cómo sentimos y pensamos. Por ejemplo, Jerome Bruner distingue entre el pensamiento lógico-científico y el pensamiento narrativo. El primero basado en la argumentación a partir de la razón y el segundo en la construcción de relatos para dar sentido a los acontecimientos. Y aunque ambos operan al mismo tiempo, dependiendo de nuestro contexto sociocultural damos más peso a uno u otro. Esta distinción permite comprender que una agricultura pensada desde la ciencia busca encontrar lógicas para el desarrollo de técnicas y tecnologías para la manipulación de la producción. De esta forma, se construye y normaliza la realidad de la agricultura como método de conocimiento, separada de los factores civiles, pedagógicos, humanos, psicológicos, ecológicos que también la hacen posible.
La exclusión de los factores sociales y políticos no es casual, sino resultado de la metáfora dominante. La marginación de los saberes campesinos, indígenas, feministas, entre otros, hacia los márgenes responde a la narrativa de la ciencia: la de la tierra como recurso, no como territorio. Desde esa mirada, el conocimiento local deja de ser saber y se convierte en folklore. Todo esto desmonta el fundamento de la supuesta neutralidad de la ciencia que ha sido erigida sobre una historia de poder. Se originó en los centros imperiales de Europa y articuló su legitimidad sobre la jerarquización de clase, raza y epistemologías que sustentó el colonialismo. Boaventura de Sousa, autor reconocido por acuñar el término Epistemologías del Sur, escribe al respecto que no hay conocimiento inocente, todo conocimiento está situado, y la ciencia moderna es la forma de conocimiento hegemónica del sistema mundial capitalista. La ciencia depende de la ecuación poder-saber-capital.
Al respecto de la influencia del capital en la ciencia agrícola también podemos plantear algunas cuestiones importantes. Como ha expuesto ampliamente Vandana Shiva, un pequeño número de conglomerados empresariales controlan el negocio de las semillas y la agricultura en el mundo. Algunos los han llamado el “cartel del veneno”. A través de tácticas como las patentes en las semillas, control comercial, productivo y logístico e ingeniería genética. Todas estas formas de control conducen a la destrucción de los suelos y de los conocimientos tradicionales locales que sustentan ecosistemas y culturas. En términos de restauración de los agroecosistemas, las más grandes limitantes para la regeneración son factores políticos y económicos fuera del campo. No habrá tecnología de cultivo, manejo o evaluación in situ que pueda hacer frente a los retos de cultivo si no se enfrentan primero estos factores políticos y económicos. La agricultura no sólo es tecnología es organización social.
Nuestras metáforas fabrican realidades. Cuando la agricultura se narra como una cuestión técnica al servicio de las empresas, también modela el destino de quienes la practican. El ciclo se cierra dolorosamente cuando las comunidades campesinas, desposeídas de tierra fértil y de reconocimiento, migran a las ciudades en busca de oportunidades que su propio territorio ya no ofrece. Los suelos erosionados son también el reflejo de un tejido social desgastado: allí donde se pierde la fertilidad de la tierra, se pierde también la posibilidad de permanecer. Mientras tanto, miles de jóvenes ingresan cada año a las universidades para estudiar una ciencia agrícola que les promete herramientas y futuro, pero que, en muchos casos, solo los forma para servir a las mismas corporaciones que despojaron a sus comunidades. Así, la agricultura —que alguna vez fue práctica de sustento y reciprocidad— se convierte en una herramienta ancilar del agronegocio, un conocimiento subordinado a la lógica de la producción y no del cuidado.
ROMPER EL LUGAR COMÚN: LIBERANDO LA AGRICULTURA
No existe técnica de cultivo, dron, percepción remota o enmienda orgánica que pueda hacer frente a ninguna de estas complicaciones. Sin embargo, el enfoque de la mayoría de cursos formales —incluso los de permacultura y agroecología— continúa centrado en la construcción de capacidades tecnocráticas para la agricultura.
Por eso, me han surgido un par de preguntas: ¿Cómo liberamos la práctica agrícola del marco hegemónico de la ciencia? ¿Y qué pasaría si la agricultura fuera un programa de estudio de las facultades de filosofía, psicología o humanidades?
El antídoto para una sociedad tecnocrática no es hacer una guerra contra la ciencia y la tecnología, sino el restablecimiento de narrativas y capacidades sociales y ecológicas. Imagino que si la agricultura formara parte de las humanidades, el enfoque se trasladaría de la destreza técnica hacia el entendimiento de las interacciones y la exploración del conocimiento como un proceso que emerge del territorio y las relaciones psicosociales.
La agroecología como disciplina, movimiento y práctica fortalecida en Abya Yala, ha dado luz al hecho de que los procesos de cultivo de la tierra están ligados a la soberanía alimentaria, la defensa de los territorios, la perspectiva de género, pedagogías locales, el diálogo de saberes, el conocimiento ancestral, la espiritualidad.
Solamente entre todas estas áreas se puede entender de manera sistémica los procesos agrícolas. Como escribe Masanobu Fukuoka, impulsor de la agricultura natural: “el fin último de la agricultura no es la producción de alimentos, sino el cultivo y perfeccionamiento de los seres humanos.”